Seguimos con la serie de intenciones mensuales que desde la casa madre de la Milicia de la Inmaculada Internacional nos ofrecen a lo largo de estos 12 meses del 2015
Para que la Cuaresma sea la preparación a una alegría profunda y de comunión con Dios
Alegría y penitencia son realidades que pueden convivir: de eso estaba convencido San Maximiliano Kolbe, según el cual la renuncia no debe ser motivo de tristeza, en la medida en que se reduce la fuerza del orgullo y del egoísmo que actúan en nosotros. En esta perspectiva el ayuno y las iniciativas típicas del tiempo de cuaresma se convierten en ocasiones de alegría, desde el momento en que hacen al creyente más libre de las propias ataduras y más disponible a dejarse plasmar por la obra del Espíritu Santo.
Significativas son las palabras que siguen, extraídas de una conferencia del santo polaco: «Ayer encontré, durante el viaje, a un japonés. Hablamos de la fe y me preguntó si la fe católica no es demasiado difícil. Le respondí que no. Es cierto que hay cosas un poco en contra y desagradables para nuestra naturaleza como la penitencia, el ayuno, la confesión… pero el amor a Dios hace que el alma goce cuando puede ofrecer a Dios las pruebas de su amor a Él, aún si les resultan difíciles» (CK 191).

También si cuesta, la penitencia es fuente de abundantes frutos de conversión además de representar una maravillosa forma de ofrecimiento al Señor. El «yo» del hombre tiende a hacerse valer, a hacer de patrón y eso es un obstáculo para el camino de santificación. San Maximiliano es del parecer que no solo las mortificaciones voluntarias son muy útiles para reforzar al hombre en la humildad y en la máxima dependencia de Dios, sino también las pruebas que «llueven» de modo imprevisto y providencial. Todo lleva a hacer del corazón del creyente manso y confiado en el amor divino, misericordioso y providente. Realmente emblemáticas son las palabras que siguen, extraídas de una carta escrita a los hermanos en 1937: «Es evidente que tenemos que estar en guardia, ya que más de una vez el amor propio, nuestro “yo” se rebelará. Las dificultades más diversas, las tentaciones, las contrariedades, a veces casi nos superarán. Pero si las raíces se hunden cada vez más en la tierra y la humildad arraiga cada vez más profundamente en nosotros de manera que nos fiemos cada vez menos de nosotros mismos, entonces la Inmaculada hará que todo sea para nosotros un aumento de méritos. Sin embargo, son indispensables las pruebas y sin duda vendrán, ya que el oro del amor debe purificarse en el fuego de las aflicciones. Es más, el sufrimiento es el alimento que refuerza el amor» (EK 755).
El Santo se encuentra aquí en una fase de gran madurez espiritual. Su camino se encuentra en el vértice de su expresión y por esto puede dar sugerencias de vida interior particularmente incisivas. Penitencia significa combatir la buena batalla espiritual contra las tentaciones externas a la propia persona, pero también contra la fragilidad que puede ser causa de alejamiento del proyecto de Dios.
Es fundamental el abandono en el Señor, confiarse a la protección materna y eficaz de la Inmaculada poniéndose en una escucha dócil de la Voluntad de Dios.
La humildad es particularmente importante para no absolutizar nuestros dones y para vivir completamente abandonados al amor inmenso del Altísimo. Los momentos de cruz y de prueba refuerzan este proceso de confianza en el Omnipotente.
Y entonces, ¿cómo será nuestra Cuaresma? ¿Será un tiempo de tristeza? ¡Ciertamente no! Este periodo será particularmente propicio para una serena y continua verificación de nuestro camino para que podamos individualizar manchas e imperfecciones a podar y las virtudes y compromisos para potenciar. Estos cuarenta días serán vividos bajo el signo de la alegría que nace de la conciencia de quien tiene la posibilidad de hacer un gran salto adelante en el progreso espiritual. Nos comprometeremos, lucharemos, sufriremos, seguros de que el fruto será grande en los términos de crecimiento de nuestra comunión con el Señor.

Kolbe nos ofrece una última e importante clave acerca de nuestro itinerario penitencial: «El recorrido de la propia vida está cubierto de pequeñas cruces. Aceptación de tales cruces con espíritu de penitencia: este es un vasto campo para el ejercicio de la penitencia» (EK 1303). Él nos recuerda, además, la importancia de la alegría que vence a la tristeza: «[…] A San Francisco no le gustaban los frailes tristes. Sin embargo, la tristeza le puede suceder a cualquiera. […] Se trata de la tristeza que es fruto del caos, de la confusión. En el libro La imitación de Cristo el amor propio es definido como la causa de la tristeza. El alma olvida que Dios gobierna todo y permite todo. Dios nunca permite un mal, si no tuviese como fin un bien mayor» (CK 111). Vivamos a pleno la acogida gozosa de cada situación en la cual será posible un renacimiento espiritual determinado por un crecimiento en la humildad y en el enraizarse en Dios.
Para reflexionar
– ¿Estamos listos para una Cuaresma en la cual puedan convivir las dimensiones de la penitencia y de la alegría, según la enseñanza de San Maximiliano?
– ¿Cuáles son los aspectos «oscuros» de mi camino que desearía modificar y mejorar?
– ¿Cuáles son las virtudes que ya practico y quisiera ver perfeccionadas?
– ¿Estoy dispuesto a aceptar las pruebas, consciente que pueden contribuir a mi crecimiento?
– ¿Mi vida de oración y las elecciones que realizo contribuyen a alimentar en mi el abandono en Dios?