LA INDULGENCIA DE SANTA MARÍA DE LA PORCIUNCULA

LA INDULGENCIA DE SANTA MARÍA DE LA PORCIUNCULA

31 julio, 2012 | En el mundo

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En la segunda mitad de julio de 1216, cuando faltaba poco para el 2 de agosto, primer aniversario de la consagración de Santa María de la Porciúncula, San Francisco de Asís se presentó con fray Maseo ante el papa, y le pidió «una indulgencia para el aniversario de la consagración, sin necesidad de limosnas». El papa se sorprendió, pues la ayuda económica era imprescindible en estos casos. Con todo le ofreció un año, más de lo habitual, pero al Santo le pareció poco uno, dos, tres o siete años, y replicó: «Plazca a vuestra santidad concederme almas, no años». Y, ante la extrañeza del pontífice, le explicó: «Quiero, si place a vuestra santidad, por los beneficios que Dios ha hecho y aún hace en aquel lugar, que quien venga a dicha iglesia confesado y arrepentido quede absuelto de culpa y pena, en el cielo y en la tierra, desde el día de su bautismo hasta el día y hora de su entrada en ella «.
La perplejidad del papa estaba más que justificada: el Concilio Lateranense IV, pocos meses antes había limitado a un año la indulgencia para la dedicación de una iglesia, y a sólo cuarenta días para el aniversario, con el fin de favorecer la única indulgencia plenaria que existía entonces, la de Ultramar, establecida por el Concilio de Clermont (1095) con motivo de la Primera Cruzada. En un principio estaba reservada a los peregrinos de Tierra Santa y a los cruzados, pero el Concilio acababa de hacerla extensiva a quienes colaboraran materialmente con la Cruzada. Por tanto, una indulgencia plenaria sin riesgo físico ni coste económico, con la sola condición de acudir a la Porciúncula sinceramente arrepentidos, era algo inconcebible; de ahí que el papa respondiera: «Mucho pides, Francisco. La Iglesia no suele conceder tales indulgencias». A lo que él replicó: «Messer, lo que pido no viene de mí, es el Señor quien me envía». Entonces el pontífice exclamó, por tres veces: «¡Me agrada que la tengas!».

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