Las únicas reliquias corporales que quedan de San Maximiliano Kolbe son pelos de su barba tan característica. En el mes de diciembre de 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, el Padre Kolbe se rasuró la barba que se había dejado crecer en su misión en el Japón. El barbero del convento de Niepokalanów, fr. Acurcio Pruszak, decidió entonces esconder estos pelos, guardándolos celosamente. Ciertamente, los frailes de Niepokalanów suponían que Maximiliano Kolbe podría llegar a ser declarado santo tras su muerte, por lo que se guardaban sus cosas. De hecho, los pelos de la barba que se han conservado de San Maximiliano, gracias a esta devota diligencia de uno de sus frailes, constituyen las únicas reliquias corporales de él que poseemos hoy en día. Como es sabido, tras sufrir el martirio de caridad en la celda del hambre en el Campo de Exterminio de Oswiecim-Auschwitz, dando la vida por un padre de familia, los restos mortales del Padre Kolbe fueron incinerados y sus cenizas se perdieron.

Presentamos a continuación una descripción, inspirada en testimonios oculares, de la muerte-holocausto de San Maximiliano en la celda del hambre, tras el intercambio voluntario que realizó ofreciendo su vida por otro prisionero de Auschwitz. Se trataba de la durísima pena de muerte por hambre que aplicaba la autoridad del campo de concentración cuando se escapaba un prisionero. Estaban sujetos a ella algunos prisioneros como reos, elegidos del bloque al que pertenecía el fugado. La estancia de los reos en una celda oscura del bloque 11, sin ningún tipo de alimento, debía durar hasta que fuera apresado el prisionero fugado. No se conoce supuesto alguno de supervivencia.
Los carceleros nazis ordenaron a los diez condenados a muerte por inanición que se quitaran los zapatos y fueron conducidos al búnquer del hambre. Uno de los condenados estaba tan débil, que se le doblaban las rodillas, por lo que el padre Maximiliano le rodeó con su brazo, sosteniéndole mientras andaban juntos hacia la celda. Les llevaron al bloque número 11, en aquel entonces señalado como número 13. Les obligaron a desnudarse. Les metieron en un sótano, en la celda número 18, muy baja y pequeña, de dos metros y medio de ancho por dos medios y metro de alto, con una sola ventanita cerrada con rejas. El suelo era de cemento. En una esquina habían depositado un cubo para los excrementos. Allí debían morir, de hambre y desesperación. Se cerraron las puertas.

Un preso de Auschwitz, Bruno Borgowiec, de nacionalidad polaca, desempeñaba labores de administración en el campo de concentración alemán. Le correspondía además vaciar el citado cubo y a ir sacando de la celda nº 18 los cadáveres, a medida que fueran falleciendo los tristes condenados a una muerte lenta y terrible. Entraba en la celda cada día y por ello pudo testificar más tarde que siempre se encontraba a los condenados rezando. Continuamente se oían cantos piadosos, así como rezos de letanías y del Santo Rosario. Una voz lideraba estas oraciones, la del Padre Maximiliano, las otras voces le seguían.
Con el tiempo, las voces se fueron haciendo más débiles. Día tras día, Borgowiec, custodiaro por dos agentes de las SS, retiraba las siguientes víctimas que habían expirado en la celda. Tras dos semanas de tormento, el día 14 de agosto de 1941, San Maximiliano seguía vivo, junto a otros tres condenados. Viéndolo los esbirros nazis, llamaron al verdugo, un forense alemán apellidado Beck, para que los rematara mediante una inyección de fenol. Al ver a su asesino inclinado ante él, el mismo Padre Kolbe le extendió su brazo izquierdo. Contemplándolo, el preso Borgowiec no pudo reprimir su llanto y se apartó un momento de la escena.
Cuando Borgowiec volvió a la celda, se encontró al Padre San Maximiliano sentado en el suelo, apoyado como antes en la pared. Su cuerpo puro parecía que irradiaba. Su cabeza estaba algo reclinada hacia un costado, sus ojos abiertos, fijos en un punto, como si se hubieran apagado en un encanto gozoso. Toda su cara reflejaba alegría. Borgowiec volvió a la oficina en el que trababaja y comprobó que eran exactamente las 12:50 horas, es decir, que San Maximiliano había fallecido en la vigilia de la Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora. Pensó que Ella misma se había afanado en recoger a su caballero. Acto seguido, Borgowiec y otro preso (Maximiliano Chlebik), bajo la atenta vigilancia de los agentes de las SS, trasladaron el cadáver del Padre Kolbe a la sala de lavado. Al día siguiente, fiesta de la Asunción y 15 de agosto de 1941, unos presos transportaron el cadáver de San Maximiliano en una caja de madera al crematorio cercano. Una vez incinerado su cadáver, sus cenizas fueran esparcidas por los campos vecinos, fertilizando la tierra polaca. Se cumplió así su deseo más hondo: ser pulverizado para la Inmaculada y que el viento esparciera este polvo por el mundo entero.
Inspirado en el artículo: http://www.fronda.pl/a/czy-wiesz-ze-istnieja-relikwie-sw-maksymiliana-m-kolbe,55410.html