El P. Kolbe solía aprovechar el sábado, día dedicado a la Madre de Dios, para recordar los tesoros que guarda el bendito nombre de María. La Milicia de la Inmaculada (MI) se une a este deseo de glorificar a la Santísima Virgen, compartiendo algunas reflexiones de San Maximiliano.
“Hoy es sábado y, por consiguiente, refrescaremos unas cuantas cosas sobre la Inmaculada”. Como aquel día en Mugenzai no Sono, el Jardín de la Inmaculada de Nagasaki (Japón), un 14 de enero de 1933, probablemente el P. Kolbe nos saludaría hoy con las mismas palabras. Fiel seguidor de San Bernardo, en tal ocasión conmemoraba el consejo del Santo de Claraval de invocar el nombre de María en todas las dificultades, peligros y preocupaciones interiores. “Debemos actuar como un niño con su madre, que cuando ve acercarse el peligro, grita: ¡mamá, mamá!; y escondiéndose debajo de su delantal, se siente seguro de que nada malo le podrá pasar” – nos alienta San Maximiliano. Asimismo, asegura que si bien una madre terrenal no siempre puede salvarnos de todos los peligros, “la Madre Celestial puede y siempre salva”; eso sí, “a condición de que la llamemos pidiéndole ayuda”. Según Kolbe, “se puede decir incluso que ése es el secreto de una santificación más rápida”. De igual modo, nos anima a invocarla en nuestras caídas, entregándoselas a la Inmaculada, para que “sean su propiedad y Ella misma las remedie”.
“… no pasa nada, se lo voy a dar a mi madre y ella me lo arreglará. Mi madre arregla todo…”
Hace unos meses, una mílite de Madrid acompañó a jugar a su primo pequeño a un campo de fútbol. Mientras esperaba a que concluyeran el partido, se le acercó un niñito de apenas cuatro años, que a causa de su edad no podía incorporarse al equipo. Con su lengua de trapo, el chiquitín le contó que uno de sus juguetes se le había roto y se lo mostró para que lo viera. Con asombro, la joven mílite comprobó que el pequeño no sólo no estaba apenado, sino que gozaba de más serenidad de la que un niño de su edad podría tener. Segundos después, pudo comprobar a qué se debía la tranquilidad de esta pequeña alma, cuando con toda seguridad le dijo: “Pero no pasa nada, se lo voy a dar a mi madre y ella me lo arreglará. Mi madre arregla todo, ¿sabes?” Aquel niñito había hablado con la sabiduría de los más pequeños, los preferidos del Señor. “Ésa es la actitud que todos deberíamos tener con María –pensó la mílite-. Ante cualquier problema, tendríamos que permanecer tranquilos y alegres, como este pequeño, teniendo la certeza de que sólo tenemos que acudir a nuestra Madre… y Ella nos lo arregla todo”.
Como San Maximiliano, también desde la MI en España queremos animar a “rezar con fervor a la Santísima Virgen, aunque no sea más que con ese breve suspiro: María”. “Ya entenderá Ella de qué se trata y nos dará fuerzas para obrar –señala el P. Kolbe-. Hay que acudir a Ella como lo hace un niño con su madre” (Mugenzai no Sono, 29 V 1932). Así, reitera que: “Todo, todo hay que entregárselo a la Inmaculada, pronunciando el nombre de María y olvidando todos los problemas. La Inmaculada se ocupará de todo y pensará en todo” (Mugenzai no Sono, 21 I 1933). San Maximiliano nos ha desvelado este “secreto para una santificación más rápida”. Un sólo suspiro, una sola mirada, un acto de abandono en su maternal Corazón, un simple y sincero “María”… “y Ella nos conducirá felizmente, seguros, hasta el Cielo” (Mugenzai no Sono, 29 V 1932).