
En un día como hoy, el 28 de abril de 1918, Maximiliano María Kolbe recibía la ordenación sacerdotal en la basílica de Sant’Andrea della Valle en Roma. Hace 104 años, aquel 28 de abril recayó en un domingo. Al día siguiente, 29 de abril, San Maximiliano celebró su primera misa en el altar de la Virgen del Milagro en la basílica romana de Sant’Andrea dellle Fratte. En este altar, tuvo lugar la aparición de la Virgen al judío Alphonse de Ratisbonne el 20 de enero de 1842.

A continuación transcribimos la carta que escribió San Maximiliano a su madre, María Kolbe, relatando su ordenación sacerdotal (EK 19).
Roma (después del 26-IX-1918)
Queridísima mamá:
(…) La ordenación sacerdotal llegó para mí de improviso. El día 9 de abril el P. Rector [Esteban Ignudi] me dijo que debía prepararme para los exámenes de las órdenes que se celebrarían en el Vicariado, y dado que las ordenaciones deberían tener lugar durante las solemnidades de Pentecostés (el 24 de mayo), había calculado hacerlos exámenes dos semanas después. De forma inesperada, llegó la noticia de que las ordenaciones generales no tendrían lugar en Pentecostés; y dado que en aquella fecha entraba en vigor el nuevo Código de Derecho Canónico, según el cual no se puede recibir la ordenación después del tercer año de teología –por mi parte, ya estaba terminando el tercer año-, habría tenido que esperar casi hasta el final del cuarto año. El P. Rector fue a ver al cardenal [Basilio Pompilj] Vicario de Roma para resolver este caso. El sábado 20 de abril por la tarde el P. Rector me llamó junto con los demás compañeros que debían prepararse para las ordenaciones y… nos comunicó que ocho días después tendrían lugar las ordenaciones. No esperaba en absoluto una fecha tan cercana. Así pues, hubo que comenzar enseguida el curso de ejercicios espirituales, abreviados por dispensa; además, junto con aquellos que no los habían hecho aún, tuve que los exámenes el 24 de abril, durante los ejercicios.
El 28 por la mañana, después de las oraciones comunitarias en la capilla, salí para prepararme (con los que debían ser ordenados), y antes de las siete nos encaminamos hacia la iglesia de S. Andrea “Della Valle”, donde tendrían lugar las ordenaciones generales. Ya en la sacristía, me vestí con los ornamentos de diácono y recé con los demás las oraciones preparatorias a la primera santa misa (puesto que, en realidad, durante las ordenaciones los nuevos sacerdotes celebran ya la santa misa). Luego nos colocaron en filas de dos, según las órdenes que se iban a recibir. Éramos más de cien entre religiosos y clérigos seculares de diferentes naciones; entre los que iban a ser ordenados había incluso un negro y otro servía al Cardenal durante la ordenación.
Fue un espectáculo conmovedor: a pesar de las diferencias, estábamos todos unidos por el vínculo de la religión católica y en el amor fraterno a Jesús. Finalmente, llegó Su Em. el Cardenal Vicario (del Santo Padre) de Roma y ocupó el sillón preparado para él en el centro de la sacristía. Entonces nos encaminamos de dos en dos hacia el amplio presbiterio, ante el altar mayor (…).
La ceremonia se desarrolló comenzando por aquellos que tenían que recibir la tonsura, las órdenes menores, el subdiaconado, el diaconado (porque durante las ordenaciones generales ordinariamente se confieren todas las órdenes). Los candidatos al sacerdocio éramos unos veinte. Al final nos llamaron por nuestro nombre uno a uno y, saliendo de los bancos, nos situamos en el centro del presbiterio; después del canto de la letanía de los Santos, durante el cual los que debían recibir el subdiaconado, el diaconado y el sacerdocio, estaban postrados en el suelo, comenzó el verdadero rito de la ordenación sacerdotal.
Antes de levantarnos éramos ya sacerdotes y con Su Eminencia el Cardenal, además de las otras oraciones de la santa misa, pronunciamos también las palabras de la Consagración.
Reconozco con gratitud que todo esto ha sido un don logrado por la intercesión de la Inmaculada, nuestra madrecita común. ¡Cuántas veces en la vida, sobre todo en los momentos más importantes, he experimentado su especial protección! Gloria, pues, al Sacratísimo Corazón de Jesús por medio de aquélla que fue concebida sin pecado, la cual es instrumento en la manos de la misericordia de Dios para la distribución de las gracias. En Ella pongo, además, toda mi confianza para el futuro.
(…) Me encomiendo fervorosamente a tus oraciones, mamá, para que yo pueda corresponder de manera adecuada a tan grandes gracias y a tan alta dignidad. El hijo siempre y sinceramente afectuoso.
P. Maximiliano M. Kolbe (franciscano).