Como cada año, con ocasión de la fiesta de San Maximiliano María Kolbe, fundador de la Milicia de la Inmaculada (MI), en el 78 aniversario de su martirio en Auschwitz (14 de agosto de 1941), y en la vigilia de la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, el Asistente Nacional de la MI en España, Fr. Abel García Cezón, OFMConv, nos dirige una reflexión, que adjuntamos, con el título «Lo más pronto posible», sobre la urgencia evangelizadora que, de la mano de la Inmaculada, nos estimula en nuestros tiempos. Adjuntamos la carta:

Madrid, 11.08.2019
Fiesta de santa Clara de Asís
“Lo más pronto posible”.
Queridos mílites: paz y bien.
Se acerca el día 14 de agosto, fiesta litúrgica de san Maximiliano María Kolbe, cuyo testimonio luminoso de amor a Cristo, a la Inmaculada y a los hermanos nos preparará a la gran solemnidad de la Asunción de nuestra Señora al cielo: “De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir” (Salmo 44). La solemnidad de la Asunción tiene que ver mucho con nuestra vida: nos habla de un acontecimiento destinado a colmar de esperanza y consuelo nuestro pobre corazón, tantas veces amenazado por el pecado, el dolor, la tristeza y el sinsentido. En ella, el misterio de Cristo, su encarnación, muerte, resurrección y ascensión al cielo, ha tenido ya pleno cumplimiento. Por estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, ayudarnos con su bondad materna, sostenernos en nuestro camino, consolarnos en nuestras tristezas y desvelos. Nos ha sido dada como madre a la que podemos dirigirnos en cada momento. En ella podemos poner siempre nuestra vida, a través de la consagración diaria como nos enseñó san Maximiliano, sabiendo que está siempre cerca de cada uno de nosotros. ¡No nos cansemos de dar muchas gracias al Señor por un don tan grande y vivamos con ella una verdadera relación de hijos!
“Lo más pronto posible” es la expresión que da título a mi sencilla carta de este año. Está muy presente en el vocabulario apostólico y misionero de san Maximiliano, junto a otras expresiones que nos hablan de un corazón conquistado por Cristo y por la Inmaculada, deseoso de ofrecer a otros, ¡a todos!, una inmensa riqueza de gracia y bendición. Y “no mañana, ni siquiera esta noche, sino ahora, lo más pronto posible. No poco, sino mucho. No una sola región sino el mundo entero” (EK 1325). Cómo nos interpelan estas palabras del padre Kolbe: esa caridad de Cristo que arde en su corazón y que quiere que arda “lo más pronto posible” en todos los corazones sin excepción; ese deseo de que todos los hombres conozcan que tienen una verdadera madre en el cielo y no vuelvan a sentir nunca más el peso de la orfandad; esa certeza de que lo verdaderamente necesario para el hombre es Dios, porque todo cambia dependiendo de si Dios existe o no existe, de si vive o no, de si está presente y actúa en el mundo, en nuestra vida, en mi vida o no. La Milicia de la Inmaculada nació para dar cauce a esta urgencia de anunciar, llevar, dar a conocer, ofrecer “lo más pronto posible” esta riqueza de gracia y salvación a todos: “aquellos que se consagran a la Inmaculada… desean conquistar para la Inmaculada, lo más pronto posible, el mundo entero y cada una de las almas sin excepción” (EK 1327). Nosotros, queridos mílites, ¿sentimos esta misma urgencia que sentía san Maximiliano? ¿Qué hacemos para dar cauce a la misma “lo más pronto posible”? ¿No estamos, quizás, un tanto adormecidos?
Los datos son más que elocuentes. La percepción que cada uno tiene de lo que está ocurriendo en nuestro país, y en occidente en general, es más que evidente. Está en marcha desde hace años un proceso progresivo y arrollador de descristianización que ya está dando sus resultados… Los últimos Papas han descrito la situación como “arrinconamiento de Dios”, con el consecuente triunfo del materialismo y del hedonismo, que avanzan hacia el nihilismo o la indiferencia más desoladora. Nuevas ideologías están promoviendo incansablemente un estilo de ser y de estar en el mundo etsi Deus non daretur, como si Dios no existiese. Pero no nos engañemos: Quitado Dios del horizonte, el hombre se pierde. Y nuestras calles se llenan de nuevos ídolos a los que hay que sacrificar tiempo, dinero, vidas… El deseo de buscar el verdadero rostro de Dios, que desde siempre caracteriza el anhelo más profundo del corazón humano, se ha suplantado por la búsqueda insaciable del propio bienestar: físico, emocional, económico, etc. El único rostro que se refleja es el propio. Reflejar el propio rostro (como en un selfie constante) puede satisfacer durante un tiempo ese narcisismo cada vez más imperante que caracteriza nuestro tiempo, pero al fin se descubre que el drama de la vida aparece, se quiera o no, como muy bien expresó don Pedro Calderón de la Barca en El gran teatro del mundo: “No olvides que es comedia nuestra vida y teatro de farsa el mundo todo…”. Separado de su Creador, el hombre muere. Perdida la relación original, deja de ser persona y se transforma en individuo, un náufrago que no tiene ninguna posibilidad de supervivencia y de relaciones sanas y buenas, y así, la soledad triunfa. El círculo se cierra de esta manera. Tristemente, pero de manera irrevocable.
Pese a todo, no debería caber entre nosotros ni un ápice de desesperanza o derrotismo. La esperanza del cristiano es la victoria de Jesucristo, su muerte y su resurrección, porque si no fuera así: ¡inútil sería nuestra fe y nosotros unos desgraciados! A propósito de la resurrección de Cristo, de la que la Virgen María participa plenamente en su Asunción a los cielos, hay que ir más allá de una pura fe intelectual, para hacer de ella una experiencia viva: aquí y ahora. Y ¿dónde conseguiremos este conocimiento nuevo y vivo de la resurrección? La respuesta es: ¡en la Iglesia! La Iglesia ha nacido de la fe en la resurrección; está literalmente «impregnada» de ella, o sea, llena. Decir «en la Iglesia» significa lo mismo que esto: en la liturgia, en los sacramentos, en la sana doctrina, en la belleza de la cultura católica, en la experiencia de los santos. Poder confesar con los labios y creer con el corazón: «¡Jesús es mi Señor! ¡Él es la razón de mi vida; estoy en sus manos; Él reina!» ¡Qué poder se encierra en estas sencillas palabras! En ellas actúa el Evangelio que es «fuerza de Dios para el que cree». Son un potente baluarte contra las fuerzas del mal, dentro y fuera de nosotros.
San Maximiliano fue muy consciente de la situación social, cultural y política que le rodeaba, ¡que no era mejor que la nuestra! Y supo ver que, ante todo, esa situación reclamaba de él y de sus hermanos la capacidad de saber dar razón de la propia fe, mostrando a Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, como único salvador del hombre. En la medida en que seamos capaces de esto, siempre de la mano de la Inmaculada, podremos ofrecer la respuesta que el mundo necesita o que debemos provocar en él. Sí, lo que necesitamos en estos momentos de la historia son hombres que, a través de una fe iluminada y viva, hagan a Dios creíble en este mundo, como hizo el padre Kolbe. Solamente a través de hombres tocados por Dios, Dios podrá retornar a los hombres (cf. Benedicto XVI). La urgencia de la misión parte de aquí: de la credibilidad de nuestra vida creyente y de la convicción de que la fuerza de la resurrección de Cristo actúa y transforma hasta el punto de cambiar el corazón.
Si la Inmaculada pudiese disponer de nosotros de manera cada vez más perfecta, entonces también nuestra audacia misionera, la conquista de las almas para Cristo por medio de ella, sería cada vez más eficaz. Qué amor tan grande el de Kolbe y que disponibilidad, que le hacían estar siempre pensando en la salvación de las almas. ¡Eso es tener fe! Por eso se fue al Japón, y además quería ir a China, a la India, etc., y quiso editar “El Caballero de la Inmaculada” en todas las lenguas, e hizo proyectos y traducciones a muchas de ellas. Esa urgencia del amor de Cristo le mantuvo siempre en camino, sin parar, hasta el final de sus días, cuando dio un paso adelante para ofrecer su vida en lugar de un padre de familia y acompañar a los otros nueve prisioneros a morir santamente, suplicando el perdón para sus verdugos. Lo mismo nosotros, pidamos esa sana y santa tensión, ese celo apostólico de los santos y la gracia de discernir qué podemos hacer “para colaborar en la extensión del reino de Cristo”. Pidamos fervientemente en nuestra oración que el Señor nos ilumine y haga de nosotros tierra buena, mullida, abonada, para lo que la Inmaculada nos pida! Y hagámoslo “lo más pronto posible”, sin perder ni un momento.
Que la intercesión de la Inmaculada – “toda bella” y “toda pura” –, nos sostenga en el amor a Cristo hasta el final. Que su omnipotencia suplicante alcance a la Iglesia y a su Milicia la audacia apostólica y misionera que necesita en estos tiempos. Oh Inmaculada, ¡nos dejamos guiar por ti! San Maximiliano M. Kolbe, ¡ruega por nosotros!
Os abrazo y bendigo en el nombre del Señor.
Fray Abel García Cezón OFM Conv.
Asistente nacional de la MI en España