Para que el Espíritu Santo nos haga testigos del amor y de la alegría, que provienen de Él.

La fuerza del apostolado de san Maximiliano está representada, sin duda, por el testimonio evangélico que en toda circunstancia y período de su vida trató de ofrecer a los demás. Su ejemplo ha sido decisivo para la eficacia de sus acciones, «contagiando» a sus hermanos y a todos los fieles. El estilo misionero del santo polaco tiene tres movimientos: el ejemplo que precede al hablar, la pobreza y el sacrificio acompañados por la entrega. Como Francisco, él considera que los hermanos y los fieles pueden ser estimulados por el verdadero testimonio del Evangelio más que por las palabras. Mirar a Cristo, a la Inmaculada y a Francisco se debe transformar en una experiencia que pueda iluminar al prójimo y ayudarlo delicadamente a amar siempre más al Altísimo. La pobreza embellece su ejemplo de vida evangélica y se convierte en una expresión de humildad y de confianza en el amor providente del Señor. El sacrificio y la dedicación al apostolado ponen al fraile, el mílite o a los fieles en general, en la condición de donarse generosamente al proyecto que el Todopoderoso les confía.

Estas tres dimensiones constituyen la vida de Kolbe y las transmite como un requisito para la vida misionera. Está convencido de que el testimonio de la fe y del mensaje del Evangelio, a partir del significado de la propia experiencia espiritual, son la clave que permiten al misionero entrar en los corazones de los hombres. El amor a su vocación, la benevolencia, la hospitalidad, la sobriedad permiten a los que evangelizan hacer hablar sobre todo su ejemplo y, luego, su palabra. El santo demuestra que solo con la práctica de la pobreza también las otras actividades apostólicas, como la propagación del Caballero de la Inmaculada o el crecimiento de la actividad de la Ciudad de la Inmaculada, se pueden realizar sin obstáculos y con la mayor credibilidad.Ya en el 1919 fue capaz de escribir las palabras que siguen, extraídas de su meditación, que definimos como un proyecto para el futuro del apóstol: «Tu santificación personal es tu primera ocupación. El empeño por la santificación de los demás debe nacer de la superabundancia de tu amor a Jesús. En todo trata de procurar a Jesús la mayor satisfacción posible y ten fe en Él por medio de la Inmaculada» (EK 987 F).

La santidad personal es la primera forma de evangelización. Llegar a ella implica un proceso de continua superación de las propias debilidades y tentaciones, y entablar con Dios una relación de amor cada vez más profunda y portadora de paz interior y de fuerza espiritual en el camino de la felicidad eterna. San Maximiliano es un verdadero profeta en este ámbito, ya que, a través de sus escritos, con la palabra y con el testimonio, alienta a sus hermanos de camino para que sean firmes, perseverantes y decididos en su camino de continua conversión. Es muy importante no alimentar sentimientos de tristeza, sino caminar en la fe, con la seguridad de la presencia amorosa del Altísimo, que nos llena de gracia y conscientes del cuidado y de la constante intercesión de la Inmaculada, que se ocupa del corazón y del camino de perfección de cada hombre. Incluso las caídas e incertidumbres pueden convertirse en fuente de crecimiento interior si tenemos una confianza ilimitada en la acción santificadora de Dios, a través de la mediación de la Virgen. De esta seguridad nacen la valentía del Padre Kolbe y los consejos paternos que brinda a sus hermanos.

La dimensión ascética-penitencial, según Maximiliano, se caracteriza por las pequeñas y grandes cruces cotidianas, por la aceptación de las pruebas que, día a día, son parte de nuestro camino. Él vive plenamente esta acogida y toda situación de dolor lo prepara a adherir a la divina voluntad. Todo esto lo predispone a la apoteosis del ascetismo que él vive en el campo de concentración de Auschwitz y, en general, en todas las situaciones de dolor y de fatiga experimentadas durante la guerra. Los hermanos dan testimonio de que durante los momentos difíciles de la guerra, en él se notaba una gran paz interior fruto de una profunda unión con Dios y de un entrenamiento en la penitencia. Ofrece y dona todo al Señor con un espíritu de gratitud y de sincera confianza. Esta perfección en la ascesis nace de la penitencia cotidiana, en la cual Kolbe acoge los esfuerzos y las disputas con serenidad y como motivo de crecimiento interior. Al martirio y al ascetismo se llega con una preparación y un preludio que se fue verificando en su vida diaria. Un testimonio que llega al punto más alto no es el fruto de un momento de fervor, sino la consecuencia de una vida entregada a Dios constantemente.
