“Afligida fuíme a una imagen de Nuestra Señora y suplicaba fuese mi madre con muchas lágrimas” (Teresa de Ávila)

Santa Teresa de Jesús nos acerca hoy, sábado en que celebramos su festividad, a la Santísima Virgen María, en Quien siempre vio a su Madre y a la que le profesó gran amor durante su vida.
Desde bien pequeña, su madre le inculcó una delicada devoción a la Virgen y la ejercitó en el rezo del Rosario. Pero la cruz visitó a la Santa de Ávila, con apenas trece años, traspasando su corazón con el fallecimiento de su madre. ¿Qué hizo entonces la joven Teresa? ¿A Quién acudió para encontrar consuelo y refugio, con la certeza de que estas cosas sólo las puede comprender una Madre? Ella misma nos lo cuenta:
«Afligida fuíme a una imagen de Nuestra Señora y suplicaba fuese mi madre con muchas lágrimas. Parecíame que aunque se hizo con simpleza me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella, y, en fin, me ha tornado a sí» (Vida 1,7).
Según fuentes carmelitas, Santa Teresa atribuye a la Inmaculada Virgen María su protección constante y la gracia de su conversión: “me ha tornado a sí”.
Tal era la unión de Teresa de Jesús con la Madre de Dios, que cuando fue nombrada Priora de la Encarnación en 1571, colocó en el primer lugar del coro a la Virgen María. “Mi ‘Priora’ (la Virgen María) hace estas maravillas” – contaba en una carta a María de Mendoza (7 de marzo de 1572). Por eso, como podemos leer cuando entramos a uno de estos “Palomarcicos de la Virgen”, podemos leer: El Carmelo es todo de María. Como carmelita, vestía el mismo hábito de María, mas su parecido también se reflejaba en el interior, queriendo ser toda suya: «Plega a nuestro Señor, hermanas, que nosotras hagamos la vida como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos nuestra profesión, para que nuestro Señor nos haga la merced que nos ha prometido» (Fundaciones 16,7). En una carta a las monjas de Sevilla, un 13 de enero de 1580, decía: «Así que, mis hijas, todas lo son de la Virgen y hermanas, procuren amarse mucho unas a otras» .
Este amor, que Santa Teresa profesaba a Nuestro Señor, a la Inmaculada y a las almas, lo ofrendaba con su propia vida, también en el sufrimiento. Así nos lo recuerda San Maximiliano Kolbe: “Santa Teresa de Ávila solía decir que para ella era un día perdido aquel en el que no había sufrido. Lo mismo sucede en nuestras vidas, cuando carecemos de la posibilidad de demostrar en la práctica nuestro amor.” (Conf. 7-XI-1938).
Pidámosle hoy a Santa Teresa de Jesús que interceda por nosotros, para que Nuestra Madre también nos “torne a sí”, y siendo todos de Ella, podamos amar arraigados en su Inmaculado Corazón.