Como religioso y misionero, el P. Kolbe no quiere ser más que un «instrumento dócil en las manos de la Inmaculada». Por esto, para él no existe el problema del menosprecio de la creación, sino que con audacia y comfianza, aunque también con prudencia, deseará servirse de todos los medios de la técnica y de las comunicaciones sociales. Al echar una ojeada a las grandes realizaciones del P. Kolbe, como fueron la ciudad de la Inamculada de Polonia (Niepokalanow) y la del Japón (Mugensai no Sono), jamás se descubrirán anhelos de éxitos humanos. Lleno de extraordinarias cualidades y hábil organizador, el P. Kolbe habría podido aunar irradiación apostólica y gloria personal, pero prefirió poner todos sus talentos en manos de la Inmaculada. Nada para él, todo para Ella.

Sin embargo, para comprender esto y poderlo vivir en los tiempos que corren, el P. Kolbe quiere seguir el camino fatigoso del despojo de sí mismo, para poder poseer aquel verdadero bien que es sólo Dios. El camino de la oración, de la contemplación, es la ardua escalera que le permite mantenerse en equilibrio y no emborracharse con el ruido fascinante de las rotativas: «Si uno desplegara muchas actividades y no encontrase espacio para la oración, los resultados serían mínimos. Por esto, lo que se necesita es rezar mucho…»
En realidad el P. Kolbe no quiso jamás quedarse en el punto medio, que a menudo esconde una mediocridad real, sino que prefirió permancer en la luz del Evangelio, siempre exigente, porque obliga a la verdad. Aquí la verdad fue reconocer el primado de los valores espirituales sin anular los medios materiales. La hazaña religiosa del P. Kolbe consistió en saber utilizar los avances técnicos, con todo su valor, en la irradiación del Evangelio.
Fuente: «Tras las huellas de San Maximiliano Kolbe» Jean-François Villepelée. pags. 99-100