
“No me asuste mi gran debilidad, pues todos los tesoros de la madre son también de la hija y yo soy hija tuya, Madre mía querida… ¿Acaso no son mías tus virtudes y tu amor también mío? Así, cuando la pura y blanca Hostia baja a mi corazón, tu Cordero Jesús sueña estar reposando en ti misma, María”. Las palabras de Santa Teresita del Niño Jesús nos acompañan especialmente este sábado 1 de octubre, primer sábado de mes y día de su fiesta. Teresita, que bien pequeña perdió a su madre, encontró en la Santísima Virgen la Madre que, haciéndola toda suya, le daría todos los “tesoros” de su Corazón; entre ellos el más valioso: a su Hijo Jesús. Tal era la filiación con María de esta santa carmelita, que llegaría a decir: “La Santísima Virgen es la Reina del Cielo y la Tierra, pero es más Madre que Reina”.
Ante una grave enfermedad que padecía la pequeña Teresa, la Inmaculada le concedió la gracia extraordinaria de su curación… simplemente con su sonrisa. Esta imagen que acompañaba a nuestra Patrona de las Misiones y de la que obtuvo tan inefable gracia, sería conocida como “la Virgen de la Sonrisa”. En los planes de la Inmaculada estaba que durante unos años aún viviese su “florecilla” en esta tierra… para conquistar con su sacrificio de amor todas las almas posibles.

San Maximiliano María Kolbe tenía gran devoción a Santa Teresita. A menudo acompañaba sus conferencias con alguna “perlita” espiritual suya. Y es que, el P. Kolbe estaba muy unido a Santa Teresita. Ambos compartían un corazón misionero, que ardía en deseos de conquistar las almas para Jesús a través de María.
San Maximiliano nos desvela las “maquinaciones secretas” (EK 1263) con Santa Teresita. Así, cuenta que antes de su beatificación y canonización, tras haber leído una biografía suya, le dijo: “Yo me comprometo a hacer en cada misa un ‘memento’ (recuerdo en la oración) para tu beatificación y canonización, y tú te ocuparás de mi misión”. “Mientras estaba preparando la primera expedición misionera en el Extremo Oriente –ella ya había sido beatificada y canonizada- estuve en Lisieux y me presenté a la puerta del convento en el que se había hecho santa y donde viven todavía sus tres hermanas, y pedí que se dijese a una de las tres que le comunicase a su santa hermana que yo reivindicaba mis derechos con respecto a Ella, ya que habíamos concluido un pacto y ahora ella estaba ya canonizada y, en cambio, mi misión ¿dónde estaba?… Y poco tiempo después me encontraba en Japón”. Éste es sólo uno de los muchos episodios que acompañaron a San Maximiliano en su comunión con la Patrona de las misiones.
Como él bien decía, ¿de dónde le viene tal “competencia” en las cuestiones misioneras? “¿Acaso realizó durante su vida un apostolado misionero en muchos países paganos? ¿Derramó su sangre como mártir? Ninguna de estas cosas”- asegura Kolbe, recordando que “nunca superó el umbral de su monasterio de Lisieux, en Francia”. Además, recuerda que “a lo largo de su vida no obró milagros, sino que se hizo santa de manera tan sublime en la rutinaria y oscura vida cotidiana.” “Lo que vale, en efecto, no es lo que hacemos, sino el modo de hacerlo, la intención y el amor con que lo realizamos” – subraya.
¿Cuál fue la intención de Santa Teresita? San Maximiliano nos lo revela: “Agradar a Jesús, al Niño Jesús”. “He aquí el amor puro –apunta-. Soportar con amor las pequeñas cruces diarias, trabajar con amor, vivir de amor, ser como un niño pequeño que, con caricias de amor, conquista la benevolencia del corazón de sus padres.”
“Todos pueden y deben ser misioneros como ella” –alega nuestro misionero franciscano. Y, ¿cómo conseguirlo? El P. Kolbe también nos da la fórmula: Como Santa Teresita, que se llama a sí misma “Florecilla de la Inmaculada” y reconoce haber sido educada por Ella, seamos también nosotros florecillas de la Inmaculada, pues “Ella nos enseñará una confianza sin límites en el amor misericordioso de Dios, del que Ella es la personificación”.