En el discurso que el Santo Padre Francisco dirigió en la Sala Clementina a los Nuncios el pasado 13 de junio de 2019 recordó “la gran figura de san Maximiliano María Kolbe que, consumado por el ardiente celo por la gloria de Dios”, es un ejemplo de fervor apostólico en nuestros tiempos de indiferentismo. Asimismo, el Papa Francisco mencionó una de las cartas de San Maximiliano recalcando la importancia de la obediencia sobrenatural, algo de particular importancia para los Representantes Pontificios. Que la Inmaculada nos conceda la gracia de este celo sin límites por la gloria de Dios y por todas las almas, así como la humilidad para obedecer sobrenaturalmente a la Iglesia y a nuestros superiores, cada uno en su estado de vida.
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3 El nuncio es un hombre de celo apostólico.
El nuncio es el anunciador de la Buena Nueva y al ser apóstol del Evangelio tiene la tarea de iluminar el mundo con la luz del Resucitado, de llevar a Cristo a los confines de la tierra. Es un hombre en camino que siembra la buena semilla de la fe en los corazones de quienes encuentra. Y aquellos que se encuentran con él deberían sentirse, de alguna manera, interpelados.
Recordemos la gran figura de san Maximiliano María Kolbe que, consumado por el ardiente celo por la gloria de Dios, escribió en una de sus cartas: «En nuestros tiempos constatamos, no sin tristeza, la propagación de la “indiferencia”. Una enfermedad casi epidémica que se está propagando en varias formas, no solo en la generalidad de los fieles, sino también entre los miembros de los institutos religiosos. Dios es digno de gloria infinita. Nuestra primera y principal preocupación debe ser la de darle alabanza en la medida de nuestras débiles fuerzas, conscientes de no poder glorificarlo cuanto Él merece. La gloria de Dios brilla sobre todo en la salvación de las almas que Cristo ha redimido con su sangre. De ello se deduce que el compromiso principal de nuestra misión apostólica será procurar la salvación y la santificación del mayor número de almas»[2].
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7 El nuncio es un hombre de obediencia.
La virtud de la obediencia es inseparable de la libertad, porque solo en libertad podemos obedecer realmente, y solo obedeciendo el Evangelio podemos entrar en la plenitud de la libertad[7]. La llamada del cristiano, y en este contexto, la del nuncio a la obediencia es la llamada a seguir el estilo de vida de Jesús de Nazaret. La vida de Jesús, basada en la apertura y la obediencia a Dios, que Él llama Padre[8]. Aquí podemos comprender y vivir el gran mandamiento de la obediencia liberadora: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). la obediencia a Dios no se separa de la obediencia a la Iglesia y a los Superiores.
Nos ayuda de nuevo san Maximiliano María Kolbe, que en esa misma carta escribió: «La obediencia, y ella misma sola, es aquella que nos manifiesta con certeza la voluntad divina. Es cierto que el superior puede equivocarse, pero quien obedece no se equivoca […]. A través de la vía de la obediencia nosotros superamos los límites de nuestra pequeñez y nos conformamos a la voluntad divina que nos guía para actuar correctamente con su infinita sabiduría y prudencia. Adhiriéndose a esta divina voluntad, a la que ninguna criatura puede resistirse, nos hacemos más fuertes que todos.
Este es el sendero de la sabiduría y de la prudencia, la única vía en la que podemos rendir a Dios la máxima gloria […] Amemos, por lo tanto, hermanos, con todas las fuerzas al Padre celestial lleno de amor por nosotros; y que la prueba de nuestra perfecta caridad sea la obediencia, a ejercer, sobre todo cuando nos pide sacrificar nuestra voluntad. De hecho, no conocemos otro acto libre más sublime que Jesucristo crucificado para avanzar en el amor de Dios»[9].
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[2] Cfr Scritti di Massimiliano M. Kolbe, vol. I, Firenze 1975, 44-46; 113-114.
[9] Scritti di Massimiliano M. Kolbe, vol. I, Firenze 1975, 44-46; 113-114.
Fuente: https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2019/06/13/0507/01059.html
